Heraldos del Evangelio

Madre del Buen Consejo

Canciones, risas, sonidos de instrumentos musicales…El pueblo italiano, artístico por naturaleza, siempre ha celebrado a sus patronos con alegre y peculiar pompa. El 25 de abril de 1467, la pequeña ciudad de Genazzano conmemoraba la fiesta de San Marcos. La Divina Providencia le reservaba algo especial para esa jornada. Sobre las cuatro de la tarde las personas que se encontraban en la plaza de Santa María observaron un espectáculo celestial.

-¿Qué nube plateada es aquella que está cruzando velozmente el cielo y emite esplendorosos rayos? ¿De dónde viene y hacia dónde va? ¿Y esas voces angelicales? ¡Qué músicas maravillosas!

¡Nunca las habíamos escuchado antes!

“Derepente —narra un historiador—, las campanas de la alta torre, que tenían ante sus ojos, empezaron a repicar, a pesar de que veían y sabían que no las estaban tocando ninguna mano humana.

Y luego, al unísono, las demás campanas de las iglesias de la ciudad comenzaron a tocar como en fiesta. La muchedumbre se quedó fascinada, embelesada, pero cargada de santos sentimientos; y ocuparon el recinto con entusiasta rapidez, apiñándose alrededor del punto donde se había parado la nube.”

“Paulatinamente, los rayos de luz dejaron de brillar, la nube empezó a clarear suavemente; y entonces, para sorpresa de todos, quedó al descubierto un preciosísimo objeto. Era una representación de la Virgen, con el divino Niño Jesús en sus brazos. Parecía que les sonreía y les decía: No temáis. Soy vuestra Madre, y vosotros sois y seguiréis siendo mis hijos queridos”

¿De dónde habría venido la milagrosa pintura? “¡Del Paraíso!”,

decían algunos sin titubear, a la vista de tamaño prodigio.

Sin embargo, como veremos más adelante, en poco tiempo se esclarecería el enigma, a través de dos militares albaneses que llegaron a Roma en busca del cuadro de su querida patrona.

Ese fresco se veneraba en Albania desde el siglo XIII bajo la advocación de Nuestra Señora de los Buenos Oficios. Aunque de autor desconocido, hasta hoy día muchos no dudan en afirmar que es obra de los ángeles.

En 1467, habiendo muerto el príncipe albanés Skanderberg, ya no había nadie más capaz de detener a las hordas enemigas que asolaban la Albania católica. Se cuenta que el sultán Mehmed II, al conocer la noticia de su muerte, exclamó: “Por fin Europa y Asia son mías. ¡Ay de la cristiandad! Ha perdido su espada poco a poco”. Albania y su escudo sucumbían, y todos los que deseaban permanecer fieles a la fe se veían en la contingencia de elegir entre abandonar el país o morir enfrentando a lahorda invasora.

“Era necesario admitir que la devoción se había enfriado. El cisma se abrió paso arruinando Albania. Las costumbres de la gente, junto con la pureza de la religión, se fueron degradando. La devoción a la Virgen languideció incluso en la propia Scutari: La invasión turca, un manifiesto castigo enviado desde el Cielo, no pudo conducir al conjunto de la población al arrepentimiento.

Lamentándose con gran emoción, decía al respecto un escritor: los jóvenes y las doncellas ya no se encantaban depositando flores en el altar de María en Scutari; y, por consiguiente, su castigo no estaría muy lejos”.

En esa situación aflictiva, mientras dos soldados albaneses estaban rezando ante la Virgen de Scutari, el fresco se separó de la pared y emprendió el milagroso viaje en dirección al mar Adriático.

Llenos de admiración, los dos lo siguieron, al principio en tierra firme ¡y después caminando sobre las aguas!

De este modo, sin perder de vista a la venerada imagen, llegaron a la península italiana. Pero, cuál no sería su perplejidad cuando, en las proximidades de Roma, dejaron de ver a su querida Madre… ¿Hacia dónde habría ido? Mientras estaban buscando a la Señora de Scutari en la Ciudad Eterna, el milagroso fresco se dirigía a Genazzano…

La promesa a la Beata Petruccia

 

Esta ciudad, a 47 km de distancia de Roma, fue elegida por la Divina Providencia para servir de relicario a la preciosa imagen de la Madre del Buen Consejo.

Situada en una cadena de montañas, Genazzano se destaca por su pintoresca sencillez. Multiseculares murallas romanas o medievales delimitan aún dicha localidad; encantadoras iglesias escondidas en sus callejuelas, invariablemente tortuosas, que ofrecen incontables sorpresas; pequeñas casas con aires palaciegos son el encanto de los peregrinos; el castillo de la ilustre familia Colonna aún ostenta las líneas arquitectónicas planeadas por el cardenal Odonne Colonna, futuro Papa Martín V (1417-1431); simpáticos habitantes compiten en mostrar mayor devoción a la Madonna…

Varios años antes de la llegada del santo fresco, María Santísima le había revelado en sueños a una viuda genazzanense, la terciaria agustiniana Petruccia de Nocera, su decisión de dejar Scutari y establecerse en aquel rincón del Lacio. Por eso, la hija espiritual de San Agustín llevó a cabo la tarea de reconstruir el deteriorado y abandonado templo de la Señora del Buen Consejo, con el objetivo de dejarlo listo para recibirla.

Empezó invirtiendo toda su herencia en esa reconstrucción de la iglesia; después de eso, como le faltaron más medios, vendió sus pertenencias, reservándose lo mínimo para vivir. Sin embargo, a pesar de su generosidad, sólo había logrado levantar algunas paredes… Risas, bromas y burlas a la “loca visionaria” que había gastado inútilmente sus bienes. No obstante, ella se mantenía confiada en la promesa de la Señora que vendría, y afirmaba: “No os preocupéis, hijos míos; antes de que yo muera —por entonces era de avanzada edad— la Santísima Virgen y San Agustín terminarán los trabajos de reparación de esta iglesia”.

Qué alegría no se llevaría Petruccia al presenciar la milagrosa llegada del fresco de María a Genazzano, que permaneció junto a una de las paredes de la iglesia. Con júbilo, repetía la frase del Apóstol: “la esperanza no defrauda” (Rm 5, 5). Hemos dicho junto a, porque el fresco no se pegó a la pared, sino que quedó suspendido en el aire, destacado del suelo, y sin ningún apoyo trasero, como lo atestigua el historiador Rafael Buonanno: “Todas estas maravillas se resumen, finalmente, en el continuo prodigio de encontrarnos hoy a la imagen en el mismo sitio y del mismo modo como fue dejada ahí por la nube el día de su aparición, ante la presencia de todo un pueblo que tuvo la suerte de verla por primera vez. Se posó a poca altura del suelo, y a un dedo aproximadamente de distancia de la nueva y ruda pared de la capilla de San Blas, y allí se quedó suspendida sin apoyo alguno.”

Los Heraldos del Evangelio formamos una Asociación Internacional de Fieles de Derecho Pontificio, la primera a ser erigida por la Santa Sede en el tercer milenio, por ocasión de la fiesta de la Cátedra de San Pedro, el 22 de febrero de 2001

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En vista a los conceptos egoístas de amor y de justicia imperantes en el mundo antiguo, Nuestro Señor enseña que la verdadera alegría está en el darse completamente a los otros, siguiendo su divino ejemplo. (Mons Joao Scognamiglio Clá Dias – Lo inédito sobre los evangelios, vol. VI.)

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